Vocabulario

El vocabulario: una habilidad crítica en la comprensión lectora

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Si bien es cierto la descodificación es necesaria para comprender un texto, también sabemos que no es suficiente por sí misma. Los expertos coinciden en que para llegar a ser un lector competente se requiere tener un vocabulario amplio. No conocer el significado de las palabras puede constituir un “cuello de botella” en la comprensión. Sin embargo, no solamente se requiere tener un vocabulario amplio (cantidad de palabras conocidas), sino también un vocabulario profundo (cantidad de información que se asocia con cada palabra). Algunos autores sugieren que la profundidad del vocabulario ejerce mayor efecto que la amplitud sobre la comprensión lectora y la comprensión del lenguaje.

¿Por qué el vocabulario es una habilidad tan crítica?

Es lógico pensar que, si es que no conocemos el significado de una palabra, no podremos darle sentido a lo que leemos. Se sabe que el conocimiento de las palabras está fuertemente relacionado con el éxito académico. Aquellos alumnos que tienen un vocabulario extenso pueden entender nuevas ideas y conceptos más rápidamente que los estudiantes con un vocabulario limitado. La alta correlación del conocimiento de las palabras con la comprensión lectora indica que, si los estudiantes no aumentan de manera adecuada y constante su vocabulario, la comprensión lectora se vería afectada.

Así pues, los niños con un amplio vocabulario tienen representaciones ortográficas, fonológicas y semánticas más precisas, que les permiten realizar inferencias y recuperar las palabras rápidamente durante la comprensión. Mientras que los niños que experimentan dificultades en la lectura tienden a leer menos y a perder la motivación y, por lo tanto, sus oportunidades para incrementar su vocabulario se ven reducidas. Hace ya varios años, Stanovich señaló que el fracaso en la lectura puede ocasionar consecuencias negativas en los alumnos y sugiere que se produce el “efecto de san Mateo” (llamado así por la parábola del evangelio de san Mateo, que afirma que al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará aun lo poco que tiene). De acuerdo con lo que propone el efecto de san Mateo, en lectura, la diferencia entre los malos lectores y los lectores hábiles se hará más evidente con el tiempo, porque los lectores hábiles practican más la lectura y por lo tanto tienen más oportunidades de aprender y mejorar que los lectores con dificultades lectoras. Es decir que, en un proceso de aprendizaje acumulativo, como es la lectura, pequeñas diferencias iniciales se van convirtiendo en grandes diferencias finales.

Si tenemos en cuenta que el vocabulario es una habilidad ilimitada que se desarrolla permanentemente y que su peso sobre la comprensión lectora tienda a incrementarse con la edad y la experiencia lectora, es nuestra obligación como maestros considerar su enseñanza dentro del aula.

¿Cómo se aprende el vocabulario?

El número de palabras que los estudiantes deben aprender es bastante grande; en promedio, deberían incrementar entre 2,000 y 3,000 palabras cada año a su vocabulario. Sin embargo, aquí surge un primer dilema: ¿el vocabulario se enseña o se aprende de manera incidental? Existe una creencia muy extendida de que la educación debe acomodarse al desarrollo natural de un niño, enmarcada dentro de la filosofía de la enseñanza constructivista. Probablemente, muchos alumnos aprenden los significados de palabras nuevas indirectamente, a través de experiencias personales y familiares, el diálogo y la lectura. Sin embargo, podríamos preguntarnos ¿qué pasa con los niños que no tienen estas experiencias porque pertenecen a familias desfavorecidas?, ¿reciben estos niños las mismas experiencias lingüísticas? Todo indica que no. Recordemos el estudio realizado por Hart y Risley hace varios años. En este estudio longitudinal se analizó la trayectoria del vocabulario en tres grupos de niños de niveles socioeconómicos diferentes. Los resultados indicaron que los niños de familias en situación socialmente desfavorecidas escuchaban aproximadamente 3 millones de palabras al año vs. los 11 millones que escuchan los niños de padres profesionales. El siguiente planteamiento sería entonces ¿qué tendríamos que hacer para acortar esta brecha? Los estudios señalan que hay tres elementos esenciales: leyendo mucho, a través de múltiples exposiciones y a través de una instrucción directa, explícita y sistemática.

  •  Leyendo mucho. La cantidad de tiempo dedicado a leer y la cantidad leída son importantes. Por ejemplo, un alumno que lee 21 minutos por día fuera de la escuela lee casi 2 millones de palabras por año. Un alumno que lee menos de un minuto por día fuera de la escuela lee solo de 8,000 a 21,000 palabras por año (Texas Reading Initiative, 2002).
  • A través de múltiples exposiciones.  Los materiales impresos contienen un mayor número y una mayor variedad de palabras que el lenguaje oral. Para lograr que los niños incorporen una palabra nueva a su vocabulario, deben estar expuestos a esa palabra varias veces, por lo que la exposición debe ser consistente y frecuente. Asimismo, un niño necesita experimentar la palabra de varias maneras para comprender completamente todos los significados de esa palabra. Además, esta exposición tiene otros efectos positivos, por ejemplo, en la ortografía y en el conocimiento general. Sin embargo, no toda la exposición es igual, por ello los maestros debemos seleccionar cuidadosamente los materiales para maximizar los efectos que la exposición tiene en la construcción del vocabulario
  • Instrucción directa, explícita y sistemática. Aprender nuevas palabras indirectamente ayuda, pero a los estudiantes se les debe enseñar vocabulario sistemáticamente a través de la instrucción directa, especialmente a aquellos que se encuentran en situaciones desfavorecidas o que presentan problemas de aprendizaje. La instrucción directa permite que los estudiantes aprendan conceptos complejos e ideas poco comunes en el lenguaje hablado y escrito. Algunas orientaciones de lo que sí tendríamos que hacer y de lo que tendríamos que evitar:

 

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 ¿Cuáles son los componentes de la instrucción efectiva de vocabulario?

R. Marzano describe un proceso de seis pasos que puede ayudar a los estudiantes a aprender el vocabulario específico de la materia crítica.

  • PASO 1: el maestro ofrece una descripción, explicación o ejemplo de la nueva palabra
  • PASO 2: los alumnos hacen una descripción o explicación usando sus propias palabras
  • PASO 3: los alumnos hacen un gráfico, dibujo o esquema (una representación no lingüística) que describa el término
  • PASO 4: brindar oportunidades para que el alumno realice actividades de ampliación de forma periódica (identificando sinónimos, antónimos, metáforas, analogías, raíz de la palabra, etc.)
  • PASO 5: los alumnos comentan periódicamente el vocabulario aprendido en parejas o en grupos pequeños
  • PASO 6: involucrar a los alumnos periódicamente en juegos donde pueda usar el término aprendido.

¿Qué estrategias son efectivas para enseñar vocabulario?

Si bien la lectura a gran escala es una forma importante de aumentar el vocabulario y el conocimiento básico, la investigación muestra que existen muchas estrategias efectivas que ayudan a los estudiantes a desarrollar esta habilidad. Por ejemplo, crear imágenes visuales o esquemas mentales del vocabulario es una muy buena forma de incorporar nuevo vocabulario. Otras actividades como buscar sinónimos o antónimos de la palabra, explicar la palabra brindando una definición propia, crear oraciones con la nueva palabra, crear familias de palabras o elaborar mapas semánticos, dar pistas para descubrir la palabra de estudio, etc. favorecerían su aprendizaje. Otro aspecto que tocaremos más adelante es saber identificar las palabras para su enseñanza atendiendo la dificultad conceptual, la familiaridad y las redes semánticas a las cuales pertenecen las palabras.

Referencias:

Hart, B. y Risley, T.  (1995). Meaningful differences in the everyday experience of young American children. Baltimore: Brookes.

Marzano, R. J.  (2004). Building Background knowledge for academic achievement. Alexandria, VA: Association for Supervision and Curriculum Development.

Nagy, W.E. y Scott, J.A. (2000). Vocabulary processes. En M. L. Kamil, P. B. Mosenthal, P. D. Pearson y R. Barr (Eds.), Handbook of reading research (pp. 269–284). New York: Routledge.

Stanovich, K.E. (1986). Matthew effects in reading: Some consequences of individual differences in the acquisition of literacy. Reading Research Quarterly, 21, 360–406.

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